LA DIFÍCIL TAREA DE PERDONAR
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.”
Salmos 32:1
Las diversas experiencias en la vida nos van dejando con heridas en el alma. Algunas de ellas livianas; pero otras, profundas y dolorosas que son muy difíciles de sobrellevar. Sobre todo aquellas que nos infiere un ser querido; como los padres, los hijos, el cónyuge y otros familiares con quienes se comparte la casa familiar.
Estas heridas no sanadas, no curadas, se van profundizando con el paso del tiempo y van dando origen al resentimiento y la amargura que no solo separa a las personas, llega a dividir los matrimonios, las familias, los hermanos, etc. Y aunque sigan viviendo bajo el mismo techo, están muy lejos emocionalmente. Esto ha producido no solamente enojo y antagonismo; sino también enfermedades del alma y, en algunos casos, hasta de la mente. El mejor remedio para este tipo de perturbaciones del alma es el perdón.
El perdón es liberar a alguien de la culpa por la ofensa que ha causado o por las heridas que ha infligido. El perdón es un acto de compasión, que implica dejar de lado el deseo de venganza o castigo; y a la vez optar por la reconciliación y la paz. Ahora, perdonar no significa olvidar el evento ocurrido; pero sí permitir que las heridas emocionales se sanen y recordarlas sin dolor. Vale la pena recordar que el único que perdona y olvida las ofensas es Dios: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.” (Isaías 43:25) ¡Qué dicha para nosotros!
DIOS ES EL AUTOR DEL PERDÓN. Sólo Dios es el único que puede perdonar cualquier pecado, como lo dicen las Sagradas Escrituras: “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9). Aun el pecado por más sencillo que parezca, que se ejecuta contra el hombre, también va contra Dios, puesto que el hombre es hecho a imagen y semejanza de Dios. De allí que sea necesario pedir perdón a la persona y luego pedir perdón a Dios. Entonces volverá el gozo al alma perdonada.
Es imprescindible pedir perdón a Dios todos los días, ya que cada día profanamos el nombre de Dios, abusamos de Su paciencia, infringimos Sus leyes y vamos en contra de Su voluntad. Es bueno ser conscientes de esta realidad, de lo contrario nuestra conciencia se va adormeciendo, luego insensibilizando, hasta quedar cauterizada al punto de no sentir que hemos ofendido a Dios y a nuestro prójimo.
EL HOMBRE ES DIFÍCIL DE PERDONAR. El desarrollo del intelecto, la desacralización de la cultura, el avance de la ciencia y desarrollo de la tecnología, han generado un hombre que para todo, puede ser lo bueno, lo malo y lo feo, tiene una justificación a su proceder; sin importar lo que Dios diga en Su palabra. Es más, ha vetado a Dios, ha marginado a la iglesia, ha relativizado la verdad, la moral y la conducta de tal manera que se erige en su propio juez, sin miramiento alguno. De allí que el hombre decida a quién perdona y a quién condena. Muchísimos de ellos que se suponen creyentes en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, rezan u oran el Padre Nuestro usando más la memoria que la conciencia y repiten mecánicamente: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mateo 6:12). Sin embargo a pesar de estas oraciones, mantiene su encono con seres queridos y sus familiares más cercanos. Esta clase de hombre no se da cuenta que con su proceder está tirando abajo el único puente (el perdón) que él mismo tiene que cruzar. Sería bueno meditarlo.
¡Con la expectativa de verte!
Vicente Alcántara Ulloa
Pastor Supervisor