EL CASTIGO A LOS MURMURADORES EN LA IGLESIA
“Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo:
¿Hasta cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí, las querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan?”
Números 14:26-27
Esta es una práctica tan cotidiana y antigua. Todos la practicamos, parece ser parte de nuestra cultura, la consideramos muy liviana, pero ¿será algo ligero o es algo de condenar? Veamos:
Leí acerca de César que, habiendo preparado una gran fiesta para sus nobles y amigos, sucedió que el día señalado fue tan tempestuoso que no pudo realizarse ninguno de los actos al aire libre que estaban preparados en honor del soberano. Este se enojó de tal manera que mandó a sus soldados que arrojaran sus saetas contra Júpiter porque les había dado un mal momento; los soldados lo hicieron, pero ocurrió que, como las saetas no podían llegar al cielo, cayeron sobre las cabezas de los que estaban reunidos, hiriendo a muchos de ellos.
Así son nuestras quejas y murmuraciones, son como saetas que arrojamos contra Dios, pero vuelven contra nosotros hiriendo nuestros corazones.
Dios no ha omitido en su Sagrada Escritura las murmuraciones de su pueblo, las podemos leer en Éxodo, Números y Deuteronomio. Por ejemplo, en Números 14:26-27, nos dice: “Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: ¿Hasta cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí? Las querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan”.
Y el Señor castigó a Su pueblo: “Diles: Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí” (Números 14:28-29).
Los que critican con malicia siempre buscan aliados, como lo hizo Coré quien se rebeló contra Moisés para que su maldad sea efectiva:
“Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre” (Números 16:1-2).
De igual manera, el Señor castigó a los que murmuraron:
“Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación” (Números 16:32-33).
La murmuración tiene que ver con todo esto. Hay que enfrentarla porque esta práctica es un enemigo tanto externo como interno contra la iglesia. Hermanos, ustedes y yo tenemos experiencias con la murmuración, el chisme, el rumor, la habladuría, la exageración, la crítica, etc. Santiago inspirado por el Espíritu Santo, nos dice:
“Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, murmura de la ley, y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez” (Santiago 4:11).
Amado ten presente lo siguiente: a Dios no le alcanzan tus murmuraciones y quejas, pero nos dañan. La oración es la mejor solución para enfrentar a quienes buscan hacerte daño: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Es mejor callar que murmurar; es peligroso contender con “nuestro Dios que es fuego consumidor” (Hechos 12:29).
El murmurar es algo grave que Dios castigará en su tiempo.
¿Continuaremos murmurando?
Destruyendo barreras
José Cabanillas
Pastor Asistente