LIBRES PARA NO PECAR
“1 y Jesús se fue al monte de los Olivos. 2 Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. 3 Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, 4 le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. 5 Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? 6 Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. 7 Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.8 E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.9 Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. 10 Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? 11 Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
Juan 8:1-11
En esta historia se nos muestra la hermosa gracia de Dios hacia un pecador. Aquella mujer, encontrada en el acto de adulterio, es llevada para ser sentenciada a través del apedreamiento. Jesús, quien estaba en el templo ministrando la Palabra, es testigo de aquel “acto de justicia” por parte de los religiosos de su época. Aquí vemos que Jesús siempre tiene la respuesta oportuna para lo que cada uno de nosotros estamos enfrentando. A través de su respuesta deja sin base todo argumento humano, a tal punto que, nadie se atrevió a apedrear a aquella mujer (vv.7,9): “7 Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. 9 Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.” Amados, cuando Jesús aparece en cualquier escena de nuestra vida, siempre trae gracia, perdón y libertad.
Así como esta mujer, cada persona tiene diferentes historias y distintas clases de heridas, que pueden ser físicas, emocionales, sexuales, y siempre espirituales. Para ello, la receta siempre será la misma, la Palabra de Dios; y el sanador siempre será el mismo, Jesús. Pensemos un momento, ¿qué habrá pensado y sentido aquella mujer en ese momento? A la luz de ello, sería bueno evaluarnos, ¿Qué cosas han traído a nuestra vida vergüenza, dolor, soledad o pérdida? ¿Una relación fallida, una baja autoestima, un futuro oscuro e incierto, te sientes lejos de Dios?, etc. Quizás has vivido “tan libre” para sentir y decidir cómo has querido, pero déjame decirte lo siguiente: Podemos elegir nuestras decisiones, pero lo que no podemos decidir jamás son las consecuencias.
Entiendo que muchos viven su presente con las consecuencias de malas decisiones en el ayer; y no sólo eso, también con el peso del pecado que siempre distorsiona, ya sea un hogar, un matrimonio, un ministerio, la vida misma, etc. Debemos entender que, cuando fuimos creados, fuimos diseñados como óleos de Dios. Cada óleo debe llevar la firma de su diseñador, pero, el pecado distorsionó la imagen de Dios en nosotros. Esta mujer en la historia bíblica fue hallada en pecado, y el pecado siempre trae consigo: dolor, acusación, vergüenza, separación, etc. El pecado es como una herida abierta que necesita ser limpiada y sanada; y esto sólo ocurre cuando confesamos nuestros pecados delante de Dios, y venimos delante de Él con un corazón arrepentido. Cuando esto sucede, se puede vivir en libertad de toda vergüenza del pasado, y caminar en plenitud con identidad de ser hijos de Dios.
Jesús siempre trae un mensaje de esperanza en medio de voces que acusan o critican. Siendo el único con la autoridad de poder apedrear a esta mujer (el único sin pecado que se quedó allí), actuó con misericordia. Pero, fue claro sobre un principio para vivir una vida en verdadera libertad (vv.10-11): “10 Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? 11 Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” Le dice: “y no peques más”: fue muy claro Jesús con lo que ella debía hacer a partir de ese momento. ¿Sabes por qué Jesús le dice eso? Porque el pecado esclaviza. En otras palabras, Jesús sabe lo que es mejor para nosotros. Una vida bajo nuestros propios límites o parámetros sin duda sería un libertinaje. Tristemente, en busca de “su libertad”, el ser humano ha hallado su peor esclavitud. Por ello, la Palabra de Dios es vital para conocer el camino de la libertad. Sin la Palabra andaríamos en un círculo vicioso de pecado tras pecado y de fracaso en fracaso: “31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:31-32)
Entonces vemos que Jesús no sólo actuó con misericordia, diferente a los hombres que querían apedrear a la mujer. No la deja que siga viviendo a su manera según sus propias ideas y criterios; también le muestra el camino a una vida lejos de esclavitud y muerte diciéndole: “vete … y no peques más”. Dejar de pecar implica abrazar el plan de Dios, el cual es seguir el camino del arrepentimiento, buscar la santidad sin la cual nadie verá al Señor, y abrazar una relación con Cristo Jesús a través de la fe en Su persona y obra. Ningún discípulo de Jesús debe viajar en la vida a la deriva. Para ello tenemos el manual y brújula que es Su Palabra.
No sé qué decisiones estás tomando hoy, pero tú sí lo sabes. Te animo, acércate a Jesús, y sigue Su voz que resuena fuertemente: ¡Vete, y no peques más!
¡Estudia la Palabra! ¡Vive la Palabra! ¡Enseña la Palabra!
Daniel Alcántara
Pastor Titular