DEDICADOS A DIOS
“Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros.”
Josué 3:5
La santidad es imprescindible para disfrutar de la comunión y las bendiciones de Dios. El pueblo de Israel debía estar en condiciones para recibir el favor de Dios.
Se exigía del pueblo que todos se separasen de cualquier cosa que pudiera causar impureza, como podría ser el contacto con animales inmundos (Lv. 11:44).
La propia Ley establecía el alcance y significado de la santificación: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Lv. 20:26).
La santificación exigía también una dedicación completa al Señor, no consistía en una mera purificación ceremonial, sino más bien en una disposición de volverse a Dios con fe, que les capacitaría para recibir las bendiciones que Dios tenía en gracia preparadas para ellos. El pueblo de Israel sería también testimonio a las naciones de lo que significa la santidad de vida conforme al corazón de Dios.
Junto a la demanda de santidad está la promesa de la intervención de Dios. El pueblo santificado vería cómo Dios obraba “maravillas”, ya que Él estaba presente en medio de Su pueblo. Dios actuaría prodigiosamente entre ellos: primero, facilitándoles el paso del Jordán y, luego, dándoles la tierra prometida.
De la misma manera que Israel entonces, el pueblo de Dios en este tiempo es llamado a una vida santa. La santidad es el estado natural de quienes, por la fe, han sido unidos a Cristo (1 Co. 1:30). El creyente debe ser el reflejo continuo de la vida de Cristo. Quien tiene en la seguridad y esperanza de vida eterna, vive dentro del plan que el Padre ha establecido para los suyos: conformarse a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29).
Dios no puede relacionarse en comunión con quienes voluntariamente se mezclan con el mal. Dios rechaza el pecado y el creyente debe manifestar también un rechazo contra el pecado.
Nuestra oración diaria debe ser que Dios examine, íntima y profundamente nuestra vida, para así conocer las intenciones de nuestro corazón (Sal. 139: 23-24).
¡Creciendo en la Palabra y viviendo juntos en santidad!
Luiggi Naveda
Pastor Asistente