MÁS ALLÁ DE LAS CIRCUNSTANCIAS
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.”
Romanos 8:28
Este versículo es una fuente profunda de esperanza y consuelo para los creyentes. A lo largo de nuestra vida, enfrentamos desafíos, dolor, pérdidas y circunstancias que parecen no tener sentido. Sin embargo, Romanos 8:28 nos recuerda que Dios tiene un propósito más grande en todo lo que sucede, incluso cuando no podemos verlo inmediatamente.
La frase inicial “Y sabemos” refleja una confianza sólida en la verdad de lo que se está afirmando. Pablo no habla con duda o incertidumbre, él está declarando algo que es un conocimiento común entre los creyentes. La seguridad viene no de lo que vemos o entendemos por nuestras circunstancias, sino del carácter inmutable de Dios y de las promesas que Él ha hecho.
Esta promesa no es para todo el mundo, sino específicamente para aquellos que tienen una relación de amor con Dios. Amar a Dios, es un compromiso de vida, una entrega total que nace de la gratitud por la salvación y el amor de Dios. Este amor nos impulsa a obedecerlo y a vivir conforme a Su voluntad.
Aquí está el corazón del versículo: “todas las cosas” incluyen tanto las cosas buenas como las malas, las alegrías y las penas, los éxitos y los fracasos. Dios es capaz de usar todas las circunstancias, incluso las más dolorosas o inexplicables para cumplir un propósito mayor en nuestras vidas.
“Cada tristeza tiene el propósito de encaminarte a Dios”
Charles Spurgeon
En lugar de preguntarnos: ¿Por qué me sucede esto?, deberíamos preguntarnos ¿Cómo puede Dios usar esto para bien en mi vida? Las pruebas moldean nuestro carácter, nos fortalecen y nos hacen más semejantes a Cristo. Cada experiencia, sea buena o mala, es una oportunidad para aprender, crecer y madurar en nuestra fe.
El bien que Dios promete en este versículo no es necesariamente el bien que nosotros imaginamos, como prosperidad, comodidad o la ausencia de problemas. Más bien, es el bien que se alinea con Su propósito eterno: conformarnos a la imagen de Cristo (Romanos 8:29). Este es el propósito supremo de Dios para cada uno de Sus hijos, ser transformados y reflejar a Cristo en nuestras vidas.
El propósito de Dios no siempre es inmediato ni evidente. A veces, es necesario pasar por procesos largos y difíciles para que se cumpla.
Nos debemos preguntar: ¿Qué está haciendo Dios en mi vida a través de esto? ¿Qué quiere enseñarnos? ¿Cómo nos está moldeando? A veces, el propósito de Dios es hacernos más pacientes, más humildes, más dependientes de Él. Al final, su propósito es hacernos más semejantes a Cristo.
Dios está obrando detrás de las escenas para cumplir Su plan perfecto en nosotros.
¡Creciendo en la Palabra y viviendo juntos en santidad!
Luiggi Naveda
Pastor Asistente