LA SANIDAD DE LAS HERIDAS
“El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.”
Salmos 147:3
No hay un ser humano que no haya sido herido desde la niñez, ya sea por las palabras expresadas o por las acciones realizadas de otras personas. Generalmente son los padres o familiares que viven en la misma casa, los que se encargan de generar los primeros traumas, como le llaman los psicólogos a las heridas del alma.
Todos, absolutamente todos hemos sido heridos emocionalmente; ya sea cuando somos criticados ásperamente o corregidos injustamente. La ignorancia de los padres, el abuso de los compañeros del colegio, las burlas de los compañeros de trabajo, los apodos inferidos, los comentarios hirientes, las burlas recibidas, las actitudes negativas y necias de un cónyuge, son las que generan heridas en el alma. Y como resultado o respuesta se van generando emociones dañadas, que al recordar los eventos vividos desatan sentimientos de odio, de venganza, de tristeza, de angustia y lo peor es que no sabemos qué hacer en esas circunstancias para sentirnos libres de ese lastre que venimos arrastrando.
Bueno, en el tratamiento de las heridas del alma, hay dos partes: la que le corresponde a Dios y la que toca a cada uno de nosotros:
1. LO QUE LE RECORRESPONDE A DIOS:
En primer lugar, debemos de saber que Dios está cerca de nosotros. Dios nunca nos ha abandonado, jamás se ha ido de nuestro lado ignorando lo que pasamos o lo que vivimos. Su palabra nos asegura que: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón;” (Salmos 34:18) Esto significa que Dios está pendiente para escucharnos, ayudarnos y guiarnos por el buen camino.
En segundo lugar, reconocer que Dios tiene cuidado de nosotros: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7): No hay razón para mantener preocupaciones que solo logran desalentarnos, llenarnos de angustia y tristeza; sobre todo sabiendo que Dios nos guarda cada día y nos cuida en todo instante.
2. LO QUE LE CORRESPONDE AL HOMBRE:
La primera cosa que nos toca hacer es perdonar a quienes nos han causado dolor y lágrimas. Dice el Padre nuestro que todos conocemos: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mateo 6:12). Mucha gente conoce el Padre nuestro y lo repite sin sentido ni obediencia a lo que es la voluntad de Dios. Claro está, que si uno no perdona, cómo queremos que Dios nos perdone.
En segundo lugar, debemos de tener cuidado de almacenar pecados, como dice el salmista: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí.” (Salmos 38:4) No es bueno mantener el odio, el resentimiento o la amargura; será una carga difícil de llevar. Por lo tanto, debemos de confesar al Señor cualquier emoción dañada, perdonando al ofensor y pidiendo perdón al Señor y ÉL se encargará de quitar todo lo malo de nuestro corazón, y también todo aquello que nos perturba.
¡Con la expectativa de verte!
Vicente Alcántara Ulloa
Pastor Supervisor
Es verdad quien desde su niñez no sufrió justa o injustamente, los errores de padres presentes y ausentes. Pero justo es Dios que nunca nos abandona. Gracias pastor, mucha expectativa por verle de nuevo en el ministerio. Bendiciones