HIJOS DE DIOS
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.”
1 Juan 3:1-2
Este pasaje nos habla de la profunda verdad de nuestra identidad como hijos de Dios. Y sobre la inmensa gracia y amor que Dios nos ha mostrado al hacernos Sus hijos. La reflexión se centra en la importancia de vivir con esa identidad en mente. Al comprender que somos amados y aceptados, podemos enfrentar los desafíos y dificultades con confianza y vivir de manera que refleje ese amor, con la confianza que seremos transformados.
El primer punto que quiero destacar es el asombroso amor que Dios nos muestra al llamarnos «hijos». No somos simples criaturas; somos parte de Su familia. Este título implica intimidad, pertenencia y responsabilidad. Como hijos de Dios, tenemos acceso a Su amor, protección y guía.
Este amor debe ser una realidad que debe transformar nuestras vidas. Cuando entendemos que somos amados incondicionalmente, encontramos seguridad y propósito. El mundo puede rechazar o no comprender nuestra identidad, pero en Cristo, somos valorados y aceptados.
Juan menciona que «el mundo no nos conoce porque no le conoció a él». Esta separación nos recuerda que nuestra nueva identidad puede llevarnos a ser diferentes, a no encajar en los estándares del mundo. Al vivir como hijos de Dios, debemos reflejar el carácter de Cristo en cada cosa que hagamos, para ser luz para las naciones, lo que a veces nos hará parecer extraños ante el mundo.
Es un llamado a vivir abrazando nuestra identidad en Cristo y resistiendo las presiones que nos invitan a conformarnos con el modo de vivir del mundo. La forma en que vivimos debe ser un testimonio del amor de Dios que nos ha transformado.
Finalmente, el pasaje nos ofrece una esperanza extraordinaria: «sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él». Aunque actualmente enfrentamos luchas y limitaciones, hay una promesa de transformación. Cuando Cristo regrese, seremos completamente transformados.
Esta promesa nos anima a perseverar en la fe y a mantener nuestra mirada en Cristo. En medio de las pruebas y dificultades, recordemos que hay un futuro glorioso esperando por nosotros. Vivamos con esa esperanza, sabiendo que cada día estamos un paso más cerca de ser lo que Dios ha planeado para nosotros.
¡Creciendo en la Palabra y viviendo juntos en santidad!
Luiggi Naveda
Pastor Asistente