NO HUYAS DE LAS DIFICULTADES
“Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto:”
Salmos 55:6-7
Hay momentos en la vida, en los cuales uno preferiría escapar, desaparecer, no ver ni saber nada, no estar presente, no vivir en ese momento, y, por último, no vivir más en este mundo. Sin duda que esto, es una experiencia muy humana; que algunos tratan de soslayar bajo el falso triunfalismo de emociones exacerbadas que responden a la pregunta: ¿cómo estás? Y la respuesta simplista es: ¡Siempre en victoria! Cuando bien sabemos que estos momentos de aflicción y de angustia son comunes a todos los seres humanos. Lo vivieron santos hombres de Dios como Elías, David, Juan el Bautista, Jesús, Pablo, etc.
Quien escribe el salmo 55, es precisamente David, quien sin lugar a dudas no está en palacio, no está en Su casa. Sin duda que está o en las montañas huyendo del paranoico rey Saúl; o está entre los matorrales a la vera del Jordán, huyendo de Su propio hijo Absalón. Los comentaristas no se ponen de acuerdo para referir la situación que vivía David. Pero, cualquiera que haya sido esta, no está lejos de la experiencia a la que cada uno de nosotros nos vemos expuestos; ya sea por la infidelidad de un cónyuge, de un hijo que se va de casa, por la pérdida de un ser querido, por una enfermedad larga y desgastante u otra experiencia dolorosa y avasalladora. Lo importante aquí es saber ¿qué debemos hacer?
- LAS SOLUCIONES INMEDIATAS. Por lo general, no son las más aconsejables. Por ejemplo: El deseo de huir cuando los problemas parecen no tener fin, es normal que todo ser humano desee huir, agotado por la incesante presión interna de las emociones alteradas; claro, lo único que se anhela es un poco de paz, de quietud. También está: El deseo de cambiar las circunstancias, esto, parece el camino más rápido para alcanzar la tranquilidad. Pero la raíz de nuestra angustia, no radica en lo complejo de nuestro entorno, aunque este contribuya mucho a la situación que vivimos.
- EL PROBLEMA DE FONDO. Generalmente, este tipo de experiencias nos hallan desarmados o al menos precariamente preparados, con una falta de descanso interior, y lo que es peor: una falta de reposada confianza en Dios; entonces uno se vuelve muy vulnerable a los embates que tiene la vida, o a las experiencias frustrantes y traumáticas a las que nos vemos expuestos.
El cambio de ambiente, la renovación de amigos, los viajes. O el tratar de cambiar las circunstancias, puede proveer un alivio temporal, pero nunca será una solución definitiva. El Rey David, en estas circunstancias, se da cuenta de que tiene que apelar a Dios. - LA SOLUCIÓN DEFINITIVA. David cambia la perspectiva de solución y va a Dios, fíjese en estas palabras: “En cuanto a mí, a Dios clamaré; y Jehová me salvará. Tarde y mañana y a medio día oraré y clamaré, y él oirá mi voz.” David nos muestra claramente que la solución tiene dos componentes. Uno es Dios, mostrándonos que solo Dios tiene la solución definitiva a todas y cada una de nuestras dificultades. Este tipo de solución viene a nosotros cuando estamos en comunión con ÉL.
El segundo componente de solución es el ser humano. Cuando nuestros problemas son grandes e internos, la búsqueda del rostro de Dios requerirá de una disciplina seria y sostenida, porque la tendencia es caer en desesperación. David, entiende que en tiempos difíciles debemos de redoblar nuestras oraciones. Por eso dice que no dejará que pase un momento del día sin dirigirse al Señor. Un día será una secuencia de: clamores, ruegos, súplicas y peticiones al único que pude acudir a Su rescate. David, insiste en buscar a Dios, hasta que aparezca en su corazón, esa convicción inamovible de que el Señor ha tomado control de todo lo que nos aflige. ¡Medítalo!
¡Con la expectativa de verte!
Vicente Alcántara Ulloa
Pastor Supervisor